lunes, 14 de marzo de 2016

Derecho a soñar



            Hay que tener los pies muy bien asentados en la tierra para soñar. Hay que reivindicar como clamaba Eduardo Galeano, el derecho a soñar, a sentirnos más allá de la cruda realidad, a volar sin alas por encima de un mundo de barro que pretende fraguarse con la realidad cruda de la verdad única. 


            A veces es deseable sentarse a mirar el viento, a oler las estrellas o acariciar el sol. Sentir que el mundo puede detenerse unos instantes, mientras hacemos aquello que resulta más provechoso para nuestra alma: ¡vivir!.
            Los que en alguna ocasión nos hemos sentido sorprendidos y absortos mirando el mar, podemos comprender que detrás de una ola no viene nunca otra. Después de una ola llega la espuma, llega la idea de hasta dónde llegará o si borrará aquellos corazones dibujados en la orilla que, desaparecen como los amantes furtivos después de lograr su ansiado beso. Si en tu mente sólo existe la sucesión de olas del mar, tampoco podrán existir la magia de un atardecer o la emoción de dibujar con tus dedos la estela de una estrella fugaz.
            No existe el calor sin el frío como tampoco existe la realidad sin el sueño, sin cabalgar en una nube o, descender por las curvas de una espalda mientras tiembla la piel bajo la caricia de unos labios.
            Reivindico mi derecho a soñar, reivindico mi derecho a pensar que no todo tiene lógica y que las emociones son cada vez más humanas, abriéndose como una Dama de noche que desprende a la bruma su aroma, para seducir tus sentidos como la caricia que se ve con los ojos cerrados recorriéndote el alma.

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