Hay que tener los pies muy bien
asentados en la tierra para soñar. Hay que reivindicar como clamaba Eduardo
Galeano, el derecho a soñar, a
sentirnos más allá de la cruda realidad, a volar sin alas por encima de un
mundo de barro que pretende fraguarse con la realidad cruda de la verdad única.
A veces es deseable sentarse a mirar
el viento, a oler las estrellas o acariciar el sol. Sentir que el mundo puede
detenerse unos instantes, mientras hacemos aquello que resulta más provechoso
para nuestra alma: ¡vivir!.
Los que en alguna ocasión nos hemos sentido sorprendidos y absortos
mirando el mar, podemos comprender que detrás de una ola no viene nunca otra.
Después de una ola llega la espuma, llega la idea de hasta dónde llegará o si
borrará aquellos corazones dibujados en la orilla que, desaparecen como los
amantes furtivos después de lograr su ansiado beso. Si en tu mente sólo existe
la sucesión de olas del mar, tampoco podrán existir la magia de un atardecer o
la emoción de dibujar con tus dedos la estela de una estrella fugaz.
No existe el calor sin el frío como
tampoco existe la realidad sin el sueño, sin cabalgar en una nube o, descender
por las curvas de una espalda mientras tiembla la piel bajo la caricia de unos
labios.
Reivindico mi derecho a soñar,
reivindico mi derecho a pensar que no todo tiene lógica y que las emociones son
cada vez más humanas, abriéndose como
una Dama de noche que desprende a la
bruma su aroma, para seducir tus sentidos como la caricia que se ve con los
ojos cerrados recorriéndote el alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario