Algunas veces el corazón roto es lo único que sobrevive
tras una batalla, en la que el alma quedó perdida en la insondable oscuridad de
las palabras y de donde una caricia, puede ser a modo de Boza, lo único que te
separe de la galerna del sentimiento donde se puede desarbolar una vida o todo
un camino.
Ella llegó a pensar que a un dios nunca se le
puede mirar de frente, que su altanería era señal de cuna y su prestancia distinción
en un mundo donde la niebla es capaz de ocultar el sol.
Ocultó su sufrimiento, bebió sus lágrimas y
prefirió no pensar, dejando escapar un suspiro en el que un mundo soñado por
Heráclito, olvidó ser el mismo para
todos los seres, abrazando un fuego siempre vivo que con mesura se enciende y
con mesura se apaga mientras consumía uno tras otros sus sueños y sus sonrisas.
Él
no era nada, era un mal sueño, pero ella olvidó ser viento. Si un día lo supo,
olvidó que para las almas es muerte volverse agua, para el agua es muerte
volverse tierra, pero por encima de todo dejó de entender que de la tierra se
hace el agua, y del agua, el alma.
Es
posible que aquel día sus alas de Ícaro dejaran caer algo más que sus anhelos,
es cierto que el ardiente sol la llevó a la realidad de un duro suelo, pero
también es cierto que ninguna mariposa extendió sus alas sin soñar antes con
ser brisa.
Un
día alguien me pidió ayuda entre sollozos (por desgracia muchas ya) y lo único
que hice fue recordarla que nunca dejó de ser una princesa de boca rosa. ¡¡¡Que
nadie te arrebate nunca tus sueños!!
“¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina,
quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo
el cielo volar;
ir al sol por la escala
luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con
los versos de mayo
o perderse en el viento
sobre el trueno del mar.
Rubén Darío.