domingo, 17 de enero de 2016

Yo soy ellos



              Todos están muertos pero cada instante más y más vivos. El espejo en el alma de Gabriel Celaya , clamaba que los espejos no reflejan, transparentan. Y es la mirada cargada de futuro de personas que amo, la que hoy preside mi mirada, inspirándome en un futuro que se construye a cada paso como una Metrópolis en colores sepias que se niega a abandonar mi corazón. 


            Hacía mucho que una fotografía, regalo de mi primo Josan, no me inspiraba tanto. Una imagen de una playa desconocida de la España de guerra en la que unos niños llenaban su mirada de ilusión. De forma humilde y atrevida, su hijo, su sobrino, su nieto, muchos años después, se animó a lanzar a la noche sentimientos, añoranza por personas que fueron presente y futuro y orgullo pues llegaron a ser almas de luz.
            Ese niño pequeño, mi padre, con sus piernecitas ya afectadas por la polio, sonreía ufano entre personas que le amaban mientras era capaz de alumbrar en su interior la semilla de la humildad, el cariño y el amor hacia los que tuvimos la fortuna de compartir y seguir compartiendo su vida.
           
Uno dice lo que dice, mas no dice lo que piensa.
Los espejos no reflejan: transparentan.
Todo mira fascinante de frente, pero no existe.
Todo vuelve por detrás y es lo real, invisible.
En lo que veo, no veo; en lo que no veo, creo;
en toda imagen apunta una múltiple presencia,
palpitante intermitencia del corazón: confusión;
y así me siento indeciso como un pobre hombre perdido,
como tú que ¿quién eres?, como yo que ¿quién soy?

Los espejos que me escupen hacia fuera, y hacia dentro
me proponen transparencias de distancias y silencios,
deben ser, quiero que sean, para mis obras ejemplo,
con mucha luz hacia fuera, con más secreto hacia dentro.
Juego al juego, sí, con trampa, como hay doblez en los versos.

Así se cuentan las cosas que nos pasan cada día,
y bien contadas parecen fascinantes y sin alma.
Si se piensa, nada es lo que se ve en el espejo.
La luz grande es un abismo y un estúpido misterio.

Gabriel Celaya (De "Los espejos transparentes", 1967)

            Todos tenemos en nuestro corazón una fotografía, algo que en ocasiones nos negamos a ver por miedo al dolor pero que nunca hemos dejado de ver en nuestros pensamientos. Ser capaces aún de cerrar los ojos al recordar un aroma, sonreír al brillo de una estrella, danzar al paso del viento, respirar bajo la lluvia, nos hace sin duda eternos. Agarrar las emociones, pintarlas del color de mi respiración, darles un nuevo nombre, acariciarlas mientras reverberan en el pentagrama de los suspiros, es decidir vivir de forma consciente en agradecimiento a la vida, a las veces que pude caer, a las veces que me levanté y a la gran cantidad de veces que aprendí de mis errores.
            Ellos me sonríen cada mañana,  mi Yoyo, el papá Félix, mi tatarabuela, mis tíos Carlos, Elisa, Félix, Conchita, Carito y mi padre, Ismael, me indican la dirección desde el rellano de la escalera, mientras me animan a subir y soñar con las nubes. Podrán ya no estar entre nosotros, pero su legado los convirtió en seres de luz, almas inmortales que responden a mis preguntas cuando las dudas invaden mi cabeza. Yo soy lo que soy gracias a ellos y con todo el orgullo siento a cada instante que ellos soy yo. Seguiré pergeñando emociones en el níveo color de un solitario papel, pues me hace sentir más cerca aún de unos corazones que no me dejan de hablar ni un segundo desde el cielo. 
              Esa fotografía captó mucho más que una imagen, atrapó un sentimiento. No existe para mí un tesoro más preciado del pasado que cada día es más el presente. 
         

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