Pasaba las horas sentada
en su viejo sillón, apoyados los brazos en aquellos trapos níveos que con tanto
esmero tejió, con la cabeza recostada en un duerme vela continuo que se
sobresaltaba con los martilleos de un cansado reloj, empeñado en recordar que el
tiempo pasa despacio cuando la sombra de la soledad es alargada.
Su andar fatigado
recorría la casa como el que espera una visita, estirando las colchas de unas
camas que sobraban y unos cajones llenos de ropa que doblaba una y otra
vez. No lo podía evitar, ¡ni lo deseaba!, pasar por el salón cerca
de una mesa reluciente, donde la foto de su amor lucía eternamente joven, con un
rostro burlón ante una vida inmensa en un instante de pasión fulgurante y
grandes sueños. Lo miraba una y
otra vez y suspiraba, contenía el aliento y
sentía cómo su corazón se arrugaba como el que espera una caricia que nunca
llegará.
- ¿Sabes qué mi
amor?, te siento en cada esquina, en cada lugar de mi vida y aunque no te veo
tengo claro que estás a mi lado.
¡Un tierno beso
con los ojos cerrados, llenó de calor una fotografía del que
recorrió su piel en cada sueño y en cada suspiro!.
Estaba
sentada en un rincón de una casa vacía donde ya no había bromas, donde ningún
niño corría y donde la cama resultaba absolutamente inmensa sin nadie a su lado
para mesarla el cabello en mitad de la noche.
Se
hacía de día y, sus ojos, se abrían de forma automática intentando recordar las
cosas que debía hacer, hasta caer en la cuenta nuevamente que lo que haría era
limpiar sobre limpio y esperar una llamada que posiblemente nunca llegaría.
Aquel día de abril
amaneció con un sol espléndido y al abrir las ventanas de su casa como cada día,
sintió también el calor de una mañana que la invitaba a vivir.
Hacía mucho tiempo que
no se animaba a hacer nada, ¡se encontraba tan a gusto en casa! que
posiblemente no entendió que cada pared de su hogar se estaba convirtiendo en
barrotes de una cárcel donde quedaba atrapada.
Se vistió
con la sorpresa que toda la ropa le quedaba grande, incluso su pelo se mostraba
ajado y sin brillo, reflejándose en el espejo una mujer triste, agarrada a un
pasado y con temor atroz por el futuro.
Peinó con delicadeza su cabello y extendió por su
rostro un toque de color que, consiguió arrebatar una media sonrisa a unos
labios con sabor a lágrimas.
Agarró su
libro, aquel que rodó muchas noches de sus manos cuando el sueño se apoderaba
de su ser, estiró su abrigo, lanzó su paso fuera de puerta y al cerrarse tras
de sí, respiró.
Se
sorprendió con una ciudad que parecía darla la bienvenida, sonrisas de vecinos
que al verla le decían ¡buenos días!, como queriendo decir ¡te
necesitábamos!. Estiró la espalda, levantó el mentón y avanzó con el
sol en el rostro.
Cerca del río, en
un lugar donde los patos nadan sin destino y donde los niños aún juegan, buscó
una mesa en aquella terraza a la que solía acudir cuando se sentía perdida.
Pidió un café
largo, con la leche bien caliente, como a ella le gustaba, apoyando bien su
espalda en un cómodo respaldo, mientras colocaba su libro sobre la mesa, con el mimo del que deja el mejor sitio a alguien querido. Acarició sus hojas con los
ojos cerrados, capturando los matices del olor en la taza y el aroma de un
viejo amigo con las tapas gastadas de tantas y tantas noches interminables de
insomnio.
Pasó un gran
rato sumergida entre sus líneas, entre sus párrafos, acariciando cada palabra
con los dedos para no perderse ni el más mínimo estremecimiento.
Pidió otro
café y al cambiar su mirada no pudo dejar de observar a un hombre que tomaba
también café en otra mesa. Miraba fijo a ningún lado, al horizonte, quizá al
cielo o quizá a una nube. Parecía incluso en ocasiones sonreír levemente
absorto a todo y a todos en un gesto casi misterioso.
Aquel
segundo día el espejo le devolvió un gesto de aprobación, el sol había llenado
de color y de vida su rostro no dejando de pensar en el café.
Buscó su
mesa, acomodó su falda sobre sus piernas y antes de empezar a leer,
observó de nuevo a aquel hombre del otro día. Hoy sonreía abiertamente con el
sol de la mañana en su rostro. No pudo dejar de observar su atuendo impecable,
sus lustrosos zapatos, su camisa perfectamente planchada. Su rostro parecía
encontrar la paz en cada inspiración y a cada sorbo de café su cuerpo parecía
llenarse una magia reservada a los que están en paz consigo mismo.
Cada día
aumentaban sus prisas por llegar a aquel café. Dejaba volar su imaginación
sobre aquel hombre misterioso, ¿quién sería? ¿a qué se dedicaba?, pero
por encima de todo, ¿por qué sonreía y a quién?....
Era
Jueves, aquel día su corazón estaba latiendo con más fuerza de lo habitual,
incluso hasta no la dolía la espalda al levantarse. Miró por la ventana y el
sol acudía puntual a su cita. Salió apresuradamente de su casa con aquel viejo
libro tras el brazo. Se sentó en su mesa y mientras pedía el café comprobó que
la mesa de aquel hombre estaba vacía. Pasó un instante hasta que logró centrarse dejándose invadir por aquel olor inconfundible de buen café caliente.
Volteó suavemente el sobre de azúcar y, apareciendo casi de la nada, llegó aquel hombre que al pasar
por su lado dijo con voz grave pero agradable ¡buenos días!, envuelto en la
sonrisa del que encuentra a alguien querido tras mucho tiempo sin verle.
Aquel día no pudo leer, miraba su rostro
imperturbable y las preguntas se agolpaban en su mente.
Una
nube pasó ante ellos ocultando el sol y, ¡por fin todo ocurrió!. Aquel
hombre giró la cabeza, bajó la mirada entrecruzándola con la suya y sonrió.
A veces una
luz entra iluminando una habitación solitaria y no busca más que apartar la
oscuridad de la noche fría.
Al día siguiente
aquel hombre se acercó a su mesa, parecía más alto y bronceado por el sol.
-Mil disculpas por mi
atrevimiento -dijo aquel hombre- cada día ocupamos las mismas mesas y
sillas, tomamos un café y pese a estar a un par de metros, estamos en dos
mundos distintos. Me llamo Raúl y si me lo permite, me gustaría invitarla a un
café.
Ella hizo un gesto
asintiendo e invitándole a sentarse.
-Mi nombre es Ana y
está en lo cierto, a veces las personas aún cercanas, estamos apartados por
todo un universo.
Raúl sonrió con
gusto y llamó al camarero con un gesto indicándole traer otros dos cafés.
La mañana pasaba con un
ritmo lento. Las palabras resonaban con fuerza en la cabeza de Ana tras tantos
y tantos días de silencio, tras tantos y tantos amaneceres en soledad.
- ¡Raúl,
discúlpame!, ¿puedo hacerte una pregunta? dijo Ana un tanto temblorosa.
- Él sonrió
y en tono bajo pero seguro la dijo - por supuesto que sí- .
Ana tomó aire,
dejó que sus dedos agarraran con fuerza el libro, miró a los ojos de Raúl y le
dijo: - hace algún tiempo que te observo, no puedo dejar de hacerlo, miras
siempre al horizonte, a algún punto que te mantiene con la vista fija horas y
horas sonriendo....¿a qué o a dónde miras?.
Raúl miró con
ternura a Ana, pareció colocarse bien en su asiento dando la sensación de ir a
contar algo doloroso, algo que se guarda en el corazón para que no siga dañando
al alma, algo imborrable...
-Creo Ana que
conocerás bien el sentimiento de lo que hablaré, la sensación de pérdida y de
soledad cuando deja de estar a tu lado el ser que más quieres, aquel que toca
tu piel con su sonrisa. Yo era un hombre que tenía todo, el mundo danzaba entre
mis manos y con un chasquido las personas obedecían mis deseos sin preguntar.
Pensaba que todo era perfecto y que no podía aspirar a más, a nada hasta que la
conocí. Ella era la verdad, la ternura, aquel amor que me hizo darme cuenta que
nunca había tenido nada, que todo era mentira salvo sus abrazos, una mujer que
me hizo comprender el calor de un beso y a aprender a verla incluso con los
ojos cerrados.
Raúl parpadeaba
intentando contener unos ojos que luchaban contra las lágrimas sin apenas
conseguirlo.
-Un día ella
enfermó y mi mundo se desplomó. Comprendí que ella era mi vida y que no merecía
seguir en un mundo donde el amor se esfumaba entre mis dedos. Pero ella era un
ser especial, me abrazó con sus última fuerzas y me dijo que cada día, cuando
me sintiera solo, mirase al cielo con una sonrisa y la esperase. Me dijo que
siempre acudiría a la cita para decirme que el amor nunca desaparece si aunque
sea por un instante, lo has sentido. ¡Y aquí estoy cada día!. Espero a que pasen
las nubes, miro al cielo y siempre aparece ella con su mejor sonrisa, no
permitiendo que nunca me rinda o que abandone. Ella me enseña cada día que
nadie muere nunca mientras está en tu corazón.
Ana bajó la
mirada, quizá no esperaba una respuesta así, algo directo al alma y sin
atrezzo, algo limpio y sincero.
-Yo no
soy capaz de hacer lo que tú haces. Siento la presencia de mi marido -dijo
Ana-, el ser que más he querido en el mundo, pero no soy capaz de verlo.
Casi algunas veces lloro de rabia pues siento que puedo llegar a olvidarme de
su cara, de su olor, de su calor, de sus caricias.
-Ana -dijo
Raúl-, resulta difícil entender lo que te voy a decir pero aquellas personas
que amamos, aquellas que fueron todo en nuestra vida, siguen en cada uno de
nuestros suspiros. La soledad no es algo que deseemos pero está a nuestro lado.
Debemos aprender a encontrar a otras personas, a ser amigos de ellos, a
quitarnos las barreras de hombre y mujer, comprendiendo que somos seres humanos
que nos sentimos solos....tan sencillo como cuando éramos niños y decíamos
¿quieres ser mi amigo?. ¡Ana! dijo mirándola a los ojos, ¿te apetece ser mi amiga?.
Ana sonrió
ante la pregunta, puso una mano sobre su corazón y sin dudarlo, asintió con la cabeza.
Al día siguiente los dos se sentaron juntos en una mesa, pidieron aquel café
humeante, respiraron profundo y miraron al cielo....en unos instantes ambos
sonreían agarrados de la mano....como dos amigos que comparten algo bello....
Enhorabuena. Manejas muy bien las palabras que se desarrollan convirtiéndose en frases , en emociones, donde cada uno podemos sentirnos reflejados , como si nos hablases a nosotros mismos de nosotros mismos , de esa humanidad que , a pesar de su dificultad, sigue perviviendo en todos.
ResponderEliminarContinúa emocionándonos Ismael,sigue encontrando las palabras que diseñen frases y éstas que salpiquen emociones que nos haga vivir .
Algunas veces Javier hemos percibido que las personas creen que prescindir de la emoción les hace más efectivos hasta que descubren que lo que les hace es convertirse en autómatas. Algunos apostamos por la emoción. Un abrazo enorme
EliminarQue sensación más bonita cuando te levantas por la mañana y te encuentras tanta emotividad, sentimientos y belleza en estas palabras que en los tiempos que corren se diría incluso que ya no existen .
ResponderEliminarNuevamente emocionada junto a mi taza de café que estoy tomando ; espero que sigas tu trayectoria como escritor porque lo haces estupendamente ; cuando las palabras salen del corazón siempre son bonitas y te llegan a dentro .
Enhorabuena Ismael !!!
Muchas gracias por compartir tanta belleza!!
Un saludo enorme .
Gracias Sara, hoy reconozco que me costó e incluso me dolió escribir pues era complicado retener y expresar las emociones. Un besazo Sara siempre por estar aquí.
EliminarTengo lágrimas en los ojos pues hoy tengo claro que escribiste para mí. Esas manos agarradas son las mías. Gracias Ismael por hoy hacerme sonreír
ResponderEliminarIncreíble Ismael, sigue escribiendo por favor y llenando nuestra vida de recuerdos bellos. Dios te bendiga
ResponderEliminarHace tiempo que estoy sola y lo que tú has escrito ha sido un golpe a mi mente. Hoy comprendo que debo vivir la vida de otra forma y entender lo que has puesto aquí. Gracias Ismael por tu corazón.
ResponderEliminarExtraordinario relato donde cada palabra emociona haciéndonos sentir un presente casi inmóvil, un pasado añorado que nunca vuelve y un futuro que apenas soñamos. .. para terminar de entender que todos ellos forman un ahora, sigue el camino de las emociones y agárrate a sus brazos, como acariciar el alma con l o s ojos cerrados.
ResponderEliminarGracias por tu escrito y espero ver otros. Un saludo.
Un honor Javier tu mensaje. A veces las emociones consiguen llenar de esperanza algo en principio triste. Sin duda habrá más ocasiones. Un abrazo enorme y gracias
EliminarImposible parar de leerlo! Interesantisimo y crudo tema por el que antes o después y por ley de vida pasaremos todos en un momento de nuestras vidas. Gracias amor!
ResponderEliminar