Estimado papá, éste Jueves Santo
no bajes del cielo.
Perdóname si ésta vez falto a la
cita, si no cuento lo pasos de una calle Toledo que se muestra extraña, si no
charlamos a voz en grito en una ciudad sin voz, sin alegría y sin emoción. Hoy
han puesto rejas, por nuestro bien, al mismo amanecer, al viento y a los
abrazos.
Hoy no podré sonreírte, mientras
mis lágrimas callan al sonido unas lejanas trompetas y tambores, mientras un
olor a incienso pasa furtivo entre las velas encendidas de una noche tan
especial y, donde nuestras manos, agitan el viento esperando acariciarte.
Tu silla de plata, papá, no
rodará por las empinadas calles que tanto nos hacían reír. Te reías siempre de
mí cuando aparecía con mis zapatillas de deporte para empujarte, cuando
resoplaba por el esfuerzo, pero no, nada nos hacía desfallecer, pues sabíamos
que al final nos esperaba su calor, su mirada, su amor.
Ésta noche todo sonará a
silencio, ella no saldrá a nuestro paso y no podremos gritarla con un amor
heredado, con una mirada que entre lágrimas se abría paso, cuando llegábamos a
su manto, a tu manto mi Macarena.
Nunca fui de creer papá, pero tú me
enseñaste a creer en el amor, en la emoción y en el recuerdo imborrable de las
personas que guardas en tu alma, me enseñaste a saber que nadie muere mientras vive en tu corazón. Y así es mi Macarena, nunca fui de creer, pero en ti, ¡sí que creo!.
Hoy papá, ¡no bajes del cielo!, se han cerrado con barrotes las estrellas y hoy, el grito de ¡guapa!, sonará en mi alma con los ojos cerrados y la mirada en el cielo.
Hoy, mi Macarena, ¡no mires al cielo!.
Hoy no podremos estar en la fila
de los que aguardan, de los que tiemblan esperándote, sentado en su silla con
ruedas de nubes y de sueños, agarrado yo a su hombro como el fiel deudor de una
enseñanza, como las piernas que no podían caminar pero que tanto me enseñaron.
¡No!, hoy no empujaré su silla,
hoy no contendré la respiración cortada por el esfuerzo al verte, al mirarme,
al sentir que me hablas como le hablabas a él, pues le han puesto puertas al
cielo y no se pueden abrir.
Hoy no existirá un lugar tan
solitario como en el que siempre te esperábamos. Aquella esquina donde
lágrimas y aplausos se fundían con nuestras almas, aplaudiendo a un Gran Poder
que siempre llegaba el primero a la cita y, donde también, viajaban nuestros
sueños.
Debajo del Cristo, acunando sus
pasos, el cansancio en forma de amor, viajaba en el fajín de un costalero.
David, mi padre, tantos y tantos seres queridos se movían de un lado a otro
entre los latidos de mi compañero, mi socio, mi amigo, haciendo que se parase
la noche cuando en el encuentro con la Macarena gritaban, ¡al cielo con ella!. No
existen mejores citas que las citas con el cielo, momentos en los que mi Angel,
mi todo, resoplaba por el esfuerzo de llevarnos en los hombros, mientras el
Cristo buscaba a su Macarena.
Mil veces nos abrazamos, millones de lágrimas hemos lanzado
a un asfalto donde retumbaban los pasos de los costaleros, donde su silla de
ruedas era un trono bajado del cielo.
Yo aprendí a quererte por mi padre Macarena, mi querida
Macarena, y siempre diré que un día me miraste y me escuchaste, cuando más te
necesitaba. Aprendí que los milagros existen y por eso, ahora, te pido mi
Macarena, no te sientas triste si no podemos saludarte.
Cuando llegue el día, cuando
después de las nieblas vuelva a salir el sol, allí estaremos. Yo volveré a
subir esa calle, con mis viejas zapatillas, empujando su silla hasta aquella
esquina donde todo tiene sentido. Allí volveremos a estar los dos, abrazados,
llorando de alegría por mirarte, como el que vuelve a ver a una amiga distante
que vive en tu corazón a cada instante.
Hoy, Jueves Santo mi Macarena, yo
seré mi padre y mi padre seré yo, pero no podremos abrazarte. Nada impedirá que
ésta noche, en ese momento, en el sentimiento más profundo, allá estemos los
dos gritándote ¡guapa!.
Hoy Papá, llegada nuestra hora,
brindaré por ti.