martes, 12 de abril de 2016

Siempre es amor



           Nunca tuvo claro si aquello nació para ser un sueño, un destello de luz o la simple justicia del que busca un buen destino y se le niega encontrarlo.
           Las puertas de aquel brillante ascensor se cerraron y no pudieron evitar, o no quisieron, cruzar las miradas y dibujar en sus labios una sonrisa tímida, dulce y cálida. ¿Qué era hasta aquel instante un minuto?, ¿qué era hasta aquel día un segundo?; comprendieron que el tiempo se detiene ante el paso de un suspiro, alargando los latidos de un corazón que late entre brasas hasta detener la imagen y sin parpadear, para no perderse ni un detalle.
            ¡No era un día más, era el día!. Tomó aire despacio cuando llegó a su piso y, al abrirse las puertas, invocó al valor de las oportunidades perdidas diciendo - ¡hola!-. Se quedó sin aire y el instante se alargó como la sombra de un ciprés, pero, ¡era su día!.
            Recibió una sonrisa y se turbó cuando percibió el movimiento de su cuerpo saliendo también del ascensor. Escribió en un papel su teléfono con el movimiento acompasado de las letras al rozar las cuerdas de su futuro, desapareciendo después en aquel lejano pasillo. 


            No pudo casi ni respirar en todo el día. Apretaba aquel papel en su mano como el que recupera un valioso tesoro, preguntándose una y mil veces si aquella sucesión de números era una cábala del destino que pudiera romper su soledad.
            Esperó a llegar a casa, se sentó en aquel sofá que conservaba en calor de su cuerpo y, estiró con mimo el papel. Contempló aquel salón, se miró al espejo y comprendió que la soledad reside en lanzar preguntas al viento y recibir la única respuesta de un eco lejano. ¡Ansiaba sentir una larga caricia!, ¡alimentarse de un lento abrazo!, ¡recibir en su corazón el sentimiento de vibrar cuando llega la hora de abrirse una puerta tantas veces cerrada!.
            Una y mil veces colgó antes de llamar, ¡sentía un miedo atroz a ser rechazado!, a sentir en su piel el latigazo de la burla o del desprecio ante la simple emoción del roce de una piel que tiembla ante el deseo.
            - ¡Creía que no me llamarías nunca!, escuchó al final de su silencio.

            Pasó el tiempo y el cielo llenó de color sus sonrisas. Me hicieron partícipes de sus problemas y por encima de todo, de su amor. Hoy se abrazan como aquel primer día y sonríen siempre cuando salen de un ascensor. Nunca han dejado de decirse ¡hola! y yo me siento orgulloso de estar en sus vidas. ¡Mis adoradas Natalia y Ana!, ¡nunca dejéis de sentir que con las puertas del amor se abren siempre también, las puertas del cielo!

            Dedicado a vosotras, en agradecimiento a vuestra amistad pues amor es siempre amor y los besos no entienden nada más que de emociones.

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